Las ventajas de dominar el tiempo
Como aquel brujo que dominaba a su tribu porque era el dueño del tiempo. El sol y la luna salían a su antojo, el invierno y el verano se alternaban según su apetencia y las épocas de lluvia y sequía llegaban cuando las requería. Por eso se va de vacaciones y dice aquello del antiguo anuncio de televisión…: «¡Tengo tiempo!». Porque es verdad que lo tiene o porque, como dice en el Antiguo Testamento el libro del profeta Daniel, «tiene un tiempo perfecto: nunca es temprano ni nunca es tarde. Dios nunca tiene prisa, pero siempre llega a tiempo».
Así es como él se siente, y lo natural es que todos estén pendientes de él y no del Rey o de Feijóo. Éstos simples mortales parecerán tener cierto protagonismo, pero será efímero e insustancial. Una vez más el destino ha sido generoso con su engreimiento y le ha ungido como el elegido. Y le da igual que con un intento fallido del popular se le acorten los plazos; sean tres semanas o tres meses, sabe que los acuerdos siempre se van a alcanzar en el último minuto. A veces los períodos largos son contraproducentes y solamente proporcionan oportunidades para equivocarse.
Seguramente nadie sabe si Pedro Sánchez saldrá investido por el parlamento que se constituirá el próximo día 17 o si se convocarán nuevas elecciones, pero todos temen que uno u otro evento se concreten en beneficio del presidente.
Respecto a la primera opción, existen, a pesar de la pedigüeña intransigencia de Puigdemont, muchas probabilidades de que ocurra. La muy campanuda actitud del prófugo de Waterloo la desactivará Sánchez con una cínica advertencia:
– Tú sabrás, Carles. Es paradójico, pero la democracia de tu país te ha dado una oportunidad que seguramente no mereces. Si la desaprovechas es porque crees que te va a ir mejor con un Gobierno de PP y Vox. Así que dime algo, y date prisa que no tengo todo el día.
Y si, por el contrario, Puigdemont no permite la investidura de Sánchez le dejará a éste un relato aparentemente invencible para abordar los nuevos comicios. Ir a elecciones le hará parecer como un paladín de la dignidad nacional que no se doblega ante la sinrazón de Junts y nos volverá a decir aquello de «yo no quiero ser presidente a cualquier precio». Esos mensajes se venderán y se reproducirán hasta la saciedad, y serán lo que necesita para hacerse perdonar las cesiones que ha hecho hasta ahora. Si es que no están ya olvidadas, porque esta dulce derrota llena de oportunidades le ha limpiado el historial del navegador. Ya nadie recuerda o puede echarle en cuenta las indecentes páginas que ha visitado.
Queremos pensar que, en el otro lado, Feijóo está vislumbrando estos escenarios como los más probables y que a partir de ahí ya tiene su estrategia de oposición o de preparación de nuevas elecciones. No puede creer en las posibilidades de ser él mismo investido porque simplemente no existen, y todo el posibilismo que está mostrando, de izquierda a derecha y de norte a sur, no es otra cosa que el lanzamiento del perfil que cree más adecuado para las nuevas contiendas.
Pero a la vez que intenta reforzar la imagen propia, no debe dejar de marcar de cerca al dueño del tiempo. Su investidura a lomos de los comunistas y de todos los enemigos internos de España supone una nueva afrenta que el PP debe mantener viva hasta que la exigua mayoría de investidura obligue a un adelanto electoral.
Y si ahora esa investidura no se consiguiera, habrá que desmontar el relato estadista y altruista, y dejar claro que para Sánchez volver a votar no es la honorable opción que evita la destrucción de la nación, sino que será la consecuencia de no haber logrado conceder, por imposibilidad legal y no porque no se estuviera dispuesto a hacerlo, todo lo que los independentistas están pidiendo. Un ventajista como él no desaprovecha una oportunidad así, y lo que hace porque no tiene más remedio querrá vendérnoslo como una elección patriótica.